Una persona indigente, a pesar de su estado, tiene su propia historia detrás de lo que muestra. En algunos casos, basta detenerse a escuchar porque, la realidad es que a nadie le interesa la persona.
Vemos a una persona en un deplorable estado y sospechamos que tiene que ser por culpa de adicciones y delincuencia.
Pero esta historia tiene una excepción por esas cosas del destino.
Wanja Mwaura, de Kenia, iba al supermercado cuando oyó que alguien la llamaba. Se volteó y vio a un hombre cerca de ella. No lo reconoció al principio por su aspecto: era indigente, flaco, sucio y sus ojos extrañamente los tenía salidos de sus órbitas.
Luego el hombre se presentó y la mujer por fin supo de quién se trataba. Hinga había sido un amigo de la infancia y se conocían desde que tenían siete años.
Pero tuvo problemas económicos y perdió su casa donde vivía con su abuela. Tuvo que abandonar los estudios y empezó a drogarse. En eso pasaron 10 años hasta que se encontró con Wanja.
Ella lo invitó a comer y notó que él ni siquiera era capaz de hilar bien las palabras. Al final le dio su número y que la podía llamar si la necesitaba algo.
Sin embargo, algo en ella hizo que fuera llevado por paramédicos y ayudarlo de manera concreta.
Wanja hizo un llamado por las redes sociales para ayudar a su amigo y reunir fondos para que ingresara a rehabilitación.
A pesar de conseguir mucho dinero, igual lo ingresó al hospital. Al tiempo, Hinga empezó a recuperarse. Podía concentrarse y tener una conversación normal. De hecho, parecía ser otra persona.
Un empresario conoció la historia y decidió compartirla haciendo eco la prensa. El hospital ofreció hacerle el tratamiento gratuito y hoy, ambos amigos ayudan a más personas que se encuentran en situación de abandono.