Desde pequeños nos enseñaron a tenerle cariño a las personas con las que vivimos, es decir, a nuestros familiares: padres, hermanos, tíos, abuelos, primos o con quienes nos hayamos criado. Sin embargo, los lazos de sangre no siempre son sinónimo de una buena relación.
Por ejemplo, existen muchas personas que no pasan mucho tiempo con sus padres biológicos, hay quienes ni siquiera los conocen, pero ellos entienden ese amor incondicional que les han entregado las personas con las que se han ido relacionando a lo largo de su vida, padres adoptivos, hermanos adoptivos o amigos.
Lo ideal sería que pudiéramos llevar una buena relación con toda nuestra familia cercano, pero la realidad es muy distinta. Todos tenemos familiares molestosos, groseros o envidiosos y ellos claramente no aportan nada positivo a nuestras vidas.
No es necesario hablar con ellos forzadamente, visitarlos en su cumpleaños o tratarlos con amabilidad cuando en realidad si quiera tienes ganas de estar a su lado. Solo hay que ser educado y respetuoso, no cínico.
Recuerda que la etiqueta de padres, hermanos, tíos, primos o abuelos es solo eso, pero la relación que se genere entre tu y ellos es otra cosa, nadie puede obligarte a sentir cariño por quienes crees que no se lo merecen.
El amor se cultiva, deja que a tu lado estén quienes realmente lo merezcan y no aquellos que “deberían” por tener tu misma sangre.